lunes, 29 de septiembre de 2014

El Concilio Vaticano II

El Concilio Vaticano II fue un concilio ecuménico de la Iglesia católica convocado por el papa Juan XXIII, quien lo anunció el 25 de enero de 1959, pero el anuncio oficial no se formula hasta el año 1961.
 El Concilio se convocó con los fines principales de:
·         Promover el desarrollo de la fe católica.
·         Lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles.
·         Adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo.
·         Lograr la mejor interrelación con las demás religiones, principalmente las orientales.
Constó de cuatro sesiones:
La primera de ellas fue presidida por el mismo papa el día 11 de octubre de 1962. Él no pudo concluir este Concilio ya que falleció un año después, (el 3 de junio de 1963).
 Las otras tres etapas fueron convocadas y presididas por su sucesor, el papa Pablo VI.
La segunda sesión fue inaugurada por Pablo VI el 29 de septiembre de 1963. Se desarrollan de septiembre a noviembre o diciembre, los meses anteriores son de trabajo preparatorio.
La tercera sesión del concilio se inauguró el 14 de septiembre de 1964. La misa, ya aplicando la constitución Sacrosanctum concilium fue concelebrada por 24 padres conciliares con el Papa. El discurso de Pablo VI resultó esclarecedor de su posición dado que empleó la expresión colegio episcopal apoyando así la posición de la mayoría conciliar.

La cuarta sesión

El 14 de septiembre de 1965 se reanudaron los trabajos en San Pedro. En el discurso de apertura, Pablo VI anunció la creación del sínodo de los obispos (que algunos inicialmente consideraron la aplicación de la colegialidad) y que visitaría la sede de la ONU para el XX aniversario de su creación.
Al día siguiente el Papa participó en la congregación general donde firmó el decreto de creación del sínodo.
En el Concilio Vaticano II toman parte en la ceremonia de apertura 2.540 padres
La sesión de clausura se celebra solemnemente el 7 de diciembre de 1965.


Esta independencia no ha significado despreocupación de lo temporal; lo que caracteriza al Concilio Vaticano II y lo que le dio una resonancia universal es su preocupación por clarificar las relaciones de la Iglesia con la cultura y el mundo actual.